La vida es lo que se ora, lo que se dialoga con Dios. Por supuesto se hace en ojos de fe. Es decir, sabiendo que hay Alguien que no puedo tocar ni hacer tangible, pero que me escucha, que está junto a mí, que inclina su oído hacia mí, para que yo pueda musitarle mis sentimientos, mis circunstancias, mis anhelos.
Y ciertamente, también muy necesaria es la oración comunitaria. ¡Qué maravilla si estás integrado en una comunidad! ¡Qué hermoso si has decidido integrarte en una comunidad! ¡Ve, encamínate! Las comunidades cristianas nos ayudan a orar, a crecer. Recuerda que no somos islas, somos comunidad, nacimos en comunidad, en la comunidad familiar. Crecimos en el vientre de nuestra madre. Esperados por el papá y la mamá, por los hermanos, por los parientes. Fuimos dados a luz en comunidad. Y toda nuestra vida se desarrolla de manera social.
No podemos obviar esta realidad. Entonces, crezcamos espiritualmente en comunidad. Problemas y dificultades no faltarán porque donde está el hombre está la huella del pecado y está también el signo de la gracia, porque no se trata de encontrar un paraíso donde no existan dificultades. Pero en esa interacción, en esa búsqueda por solucionar las diferencias entre nosotros, se crece en humanidad, reconocemos nuestra naturaleza humana, nos sabemos frágiles, pero también fuertes y firmes.
Crecemos cristianamente porque nos descubrimos pueblo de Dios, miembros de la Iglesia, miembros del Cuerpo Místico de Cristo, caminantes, peregrinantes. Crecemos espiritualmente porque no somos autosuficientes. Porque lo que a mí me falta al otro le sobra. Porque lo que yo no tengo el otro si lo posee. Porque mi limitación es plenificada en la realización del otro.